martes, 6 de abril de 2010

No hace falta decirlo,
pero el tiempo amontona el polvo sobre el marco de nuestras fotos.
Quizá sea una metáfora por descifrar:
nada más levantarme abro las ventanas
para que se airee la habitación donde ayer me besaste.
Algo querrá decir.
Mientras, yo busco la inspiración
mirando las noticias de la televisión a la hora del desayuno.
Sube el paro, sigue lloviendo, gana el Barza.
Observo cómo las manecillas del reloj
giran en torno al eje central.
Es curioso, a través de ellas medimos la importancia de las cosas,
se nos va la vida.
Un poco de luz empieza a filtrarse por la ventana de la cocina.
Ahora sí: por fin es viernes.
Esa mancha de humedad
que no se siente aludida cuando decimos que ya es primavera
mantiene mi rutina de tener que desboronar el azúcar.
Hace dos años Carmen vino a enseñarme
que es cierto eso de que nunca las desgracias vienen solas.
Después de todo hay tiempo para las efemérides.
Pero me falla la memoria y en un calendario
un círculo en rojo me recuerda que el siete de julio del dos mil nueve
mi padre se casa por segunda vez.
Se repite lo de todos los días:
un sonido de pisadas en las escaleras parece que baja.
La cafetera heredó de mi madre el silencio
de trabajar sin perder la eficacia,
pero a las ocho y medias aúlla
para clausurar el momentáneo olvido de lo cotidiano.
Todas las mañanas el café acaba amargándome el día.



Versos de Adrián Luna Ramos (A.K.A. Kovac.)

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